Murió Néstor Kirchner y tras la conmoción sentimos necesidad de reflexionar.
Desapareció físicamente el actor político más importante de la escena argentina. Aún en retirada, derrotado en las últimas elecciones y con mayoritario rechazo en la ciudadanía argentina, tenía la capacidad de seguir marcando el ritmo de la política nacional.
Desde lo humano no hay mucho por decir. Es una de esas muertes que, por sorpresiva, nos hace reflexionar sobre la propia vida. Algunos a través de un adolescente cinismo pero, la mayoría, a partir del dolor y el estupor. Pensamos sobre lo frágil que es la vida, sobre que ni siquiera una persona poderosa puede escapar a leyes naturales. Kirchner ya había tenido síntomas contundentes y, sin embargo, optó por descuidar su salud. La vida siempre, tarde o temprano, te pasa factura. Y conectar con eso nos genera esa mezcla de temor, angustia, alerta y compromiso con mejorar la propia existencia.
Pasada las primeras horas, ahora sí podemos comenzar a analizar un poco el impacto político.
Asistimos en estas horas a un rabioso duelo por parte de la dirigencia oficialista. Duelo comprensible y respetable, donde se ahuyenta la angustia reconfirmando un rumbo, las convicciones y honrando al líder muerto. No es justo criticar al dolor puro. Ni tiene sentido en un análisis político.
El funeral fue multitudinario y nos recuerda la importancia de la militancia, del contacto de los dirigentes con la gente y el dar la cara. Hay que ser justo y reconocer que Néstor Kirchner, en la hora de su muerte, se consagró como un líder popular. La movilización y el afecto que generó no es simplemente producto del clientelismo. Hay un reconocimiento masivo. Reconocer esto no es desconocer que aún así, muerte mediante, son muchos más los argentinos que esperan un cambio en la forma de concebir y ejercer la política y que, respetuosos del dolor ajeno, siguen en silencio aspirando a otro modelo de país.
Mucho se comenta sobre el legado de Néstor Kirchner y se menciona, entre los principales, el hecho de que se vuelva a hablar de política. El problema es qué tipo de debate se instaló. Es bueno que la ciudadanía se involucre más en la discusión de asuntos públicos, pero no con las categorías adolescentes, distorsionadas y confrontativas que el kirchnerismo propuso y propone. Hay una gran diferencia entre pensar que la política a veces genera conflicto y que la política es siempre conflicto. Esto sin desconocer las dificultades que representa ser presidente en una sociedad compleja y atravesada por múltiples y muchas veces opuestos intereses.
Una joven en Plaza de Mayo decía a un cronista “¡Qué injusticia!, ¿por qué siempre tienen que caer de nuestro lado?”. Este razonamiento es parte del núcleo central del legado de Néstor Kirchner. Suponer que hay dos lados que se enfrentan donde necesariamente “cae” gente y donde hay patriotas y antipatriotas, sin permitir espacio para la unión, la reconciliación y un proyecto compartido por amplias mayorías. Seguramente este sea el principal desafío de la dirigencia post-kirchnerista; cómo desactivar este prejuicio de amplios sectores, cómo asegurar la convivencia entre posicionamientos tan polarizados, de los que el kirchnerismo fue su mayor exponente en la última década pero no el único. Las manifestaciones de estas horas están exacerbadas por el dolor y el estupor, pero esconden miles y miles de argentinos comprometidos con una Argentina sin matices y excluyente de los adversarios devenidos enemigos. Néstor Kirchner no fue un hechicero que encantó a millones de argentinos, sino que fue un representante genuino y exacerbado de la visión limitada que muchos compatriotas tienen sobre la democracia y el Estado de Derecho. Visión muy presente en el kirchnerismo pero también en sectores conservadores del antikirchnerismo.
Esta reflexión no invalida otros sentimientos. Debemos acompañar a una mujer que es presidenta pero que ante todo es un ser humano. Acaba de enviudar, perdió a su compañero de toda la vida. Acompañar y respetar su dolor es una forma de ser buen argentino. Y es una forma de caminar hacia esa Argentina menos confrontativa y más hermanada que muchos deseamos.
Esperemos que el legado de Néstor Kirchner hacia su espacio político sea la reivindicación de algunas banderas y algunos medios. Y el legado hacia todos los argentinos la importancia de la militancia, el descreimiento de los formalismos del poder y la voluntad transformadora. El resto de su herencia deberá ser materia de debate y aprendizaje social, en momento de menor conmoción y dolor.
Que en paz descanse Néstor Kirchner. Y que los argentinos aprendamos del pasado, sepamos inspirarnos en lo bueno de los que nos antecedieron y construyamos hacia adelante una argentina donde al funeral de un ex presidente puedan asistir todos los ex presidentes y toda la dirigencia política y social, y donde la gente cante al amor y la vida y no contra medios de comunicación, periodistas, la clase media o dirigentes opositores. O sea, ojalá que sepamos ir avanzando hacia una Argentina con paz, orden y, sobre todo, inclusión social. No parece haber otro modo.
Por ahora esto. Para más adelante quedarán las especulaciones sobre el futuro del gobierno, los reposicionamientos en el arco opositor, los beneficiados y perjudicados del nuevo escenario y la campaña electoral del próximo año.