27.7.11

¿La no política?



Ya con el resultado de las primarias santafecinas se hablaba de la aparición de Miguel Del Sel como un resultante de la “no política”. Este fenómeno electoral ratificado en las elecciones del domingo en Santa Fe, lejos está de poder denominarse con la endeble categoría de “no político”.

¿Es entonces Miguel Del Sel un político? Alejarse de los formatos tradicionales de promoción en la política y no haber tenido participación previa en procesos electorales o gubernamentales no lo excluye de la categoría de político. Todo ciudadano es político. Podremos ejercer con mayor o menor pasión ese rol, limitándolo la mayoría a la emisión de un voto cada dos años. Pero todos tenemos responsabilidades políticas.

En ese sentido, adjudicarle a Del Sel o cualquier otro principiante electoral ser “no político” equivale a degradar la condición ciudadana, suya y nuestra, limitando el juego de la política a una élite “comprometida” o preclara.

La política no sólo se hace en locales partidarios, en la militancia barrial, el debate legislativo o en oficinas públicas. Interesarse o tomar posturas por hechos sociales donde se discutan las relaciones de poder en una sociedad, eso es hacer política. Desde ese punto de vista, el ex Midachi hace política involucrándose en la escena donde se debe disputar el poder en una sociedad republicana: el terreno electoral.

Hay que reconocer que muchos análisis con buena fe utilizan esa imprecisa categoría de “no político” para hacer referencia al posicionamiento público de este y otros dirigentes que se alejan adrede de los formatos más tradicionales. El lenguaje llano y franco de Miguel Del Sel es claramente novedoso y diferente al estilo más convencional. Y es el desprestigio de la política “tradicional” lo que cimenta el éxito electoral de un personaje público como Del Sel.

Cabe sí alinearse con algunas de las críticas que se les suele hacer a quienes abusan del posicionamiento “no político”. Muchas de sus declaraciones, promesas y propuestas soslayan debates estructurales de la política, reduciéndola a una válida pero insuficiente discusión sobre formas morales y voluntarismo. El aporte del ingreso de nuevos candidatos a la escena electoral con posicionamientos distintos y más sencillos, debería ser acompañado de una profunda puesta en crisis de las estructuras políticas. Ese es el mayor valor potencial de una renovación: denunciar lo que la dirigencia tradicional no puede o no quiere ver. ¿Ejemplos? La naturalización de la pobreza, las lógicas partidarias sobreponiéndose a lógicas de transparencia y de cooperación, la connivencia con el delito organizado, la brecha entre discursos y hechos.

Sin ese aporte, la nueva dirigencia no será más que una fachada donde lo viejo se vista en falso reciclaje.

Ese es el desafío que Miguel Del Sel y tantos otros deberían superar. Sino, es menos de lo mismo. O peor, porque ni siquiera nos dejan la ilusión.