El caso de Lilita Carrió y su posicionamiento público nos desnuda un poco.
Amplios segmentos de la sociedad se sienten interpretados por el discurso de Carrió, principalmente en la necesidad de una refundación ética de la República, la división de poderes y el objetivo de un desarrollo económico armónico. Además, reconocen que su trayectoria, y la de quienes la acompañan, respaldan ese discurso.
Sin embargo, gran parte de esos segmentos, cuando responden a las encuestas o cuando emiten su voto, dejan de lado esa seducción inicial y optan por otros candidatos.
¿Qué es lo que les pasa?
Además de posibles diferencias en algunos temas, probablemente estos segmentos perciban falencias de carácter en Carrió; falta de serenidad, incapacidad de moderarse y dialogar con todos. Se parece demasiado a Kirchner en su intransigencia y tal vez ese sea su mayor límite. Sin embargo, Carrió desafía, ¿cómo encabezar y proponer una revolución moral mirando al costado o negociando con quienes se denuncia?
Pero por otra parte, esa opción por otros candidatos también muestra otro límite, pero esta vez de la sociedad. Esos segmentos se sienten interpretados pero no dan un voto de confianza. Como si no apostasen sólo por su angelito y las buenas intenciones. Como si creyeran que la existencia de un diablito es necesaria para que algo sea real y estable. Como si no se animaran a apostar sólo a lo que ellos entienden como bueno. Desnudan una gran contradicción del argentino promedio; conoce y desea lo correcto pero, frente al riesgo, está dispuesto a negociar con el lado oscuro de la fuerza.