Dilma Rousseff, candidata a presidenta en Brasil por el partido de Lula, comenzó recientemente su campaña electoral por televisión.
En una de sus piezas audiovisuales (que se puede ver al final del post) hace mención, entre otras cosas de su pasado, a su participación en la lucha armada contra la dictadura. A comienzos de la campaña este dato resultaba incómodo para presentarse frente a las clases medias urbanas, más conservadoras y dubitativas respecto a un personaje no tan conocido y de perfil áspero como Dilma.
¿Conviene hablar de los puntos oscuros del pasado de un candidato?
Sí, conviene.
¿Por qué?
Porque la oposición seguro va a hacerlo. Todo aquello que tenga potencial para perjudicar a un rival, lo harán, ejerciendo un derecho de las elecciones libres y competitivas que tiene por finalidad, justamente, que el electorado esté lo más y mejor informado posible de cada uno de los candidatos. Frente a este dato de la realidad, una campaña tiene que empeñarse en presentar los hechos de un modo favorable más que en ocultarlo.
Cómo presentar hechos controversiales en un modo que afecte positivamente, o al menos neutralice, a los segmentos simpáticos a un candidato, es parte del denominado arte de la comunicación política.
De todos modos, hay algunos principios básicos.
Primero, humanizar al candidato frente a ese problema del pasado. Segundo, generar un relato creíble. Tercero, no falsear datos. Cuarto, si es necesario, pedir las disculpas del caso. Y quinto, seguir adelante, no quedarse dando vueltas al mismo tema.