4.5.10

¿Qué hacemos con los cuidacoches?


En la nueva cruzada de la pereza intelectual camuflada de ideología, ahora parece que hay que defender a los denominados “trapitos” (denominación en cierto modo humillante, mejor llamarlos cuidacoches). Dicen que se debe incorporarlos como trabajadores a la estructura del estado o simplemente dejarlos seguir trabajando sin ningún tipo de regulación. Por supuesto que es comprensible la preocupación por el destino de quienes hoy viven a partir de esa actividad pero habría que hacer algunas distinciones para poder pensar soluciones reales, justas y sustentables para ellos y el resto.

Ante todo, hay dos tipos de cuidacoches. Unos, organizados en forma delictiva que operan en estadios de fútbol y todo lugar de concurrencia masivas. Otros, más oportunistas, agrupados en calles cercanas a centros gastronómicos, comerciales o de entretenimientos. Los primeros tienen una tarifa fija alta y acordada con la comisaría de la zona y no hay margen de negociación. Los segundos, intentan aplicar tarifas fijas pero suelen aceptar la voluntad del automovilista; la policía puede tener su parte pero no se encuentra tan estipulado. Esta diferencia es muy importante para aplicar una política pública.

Como pequeña digresión, hay que entender que las redes de recaudación ilegal de la policía (protección a comercios, prostíbulos o timbas) en definitiva sirven para redondear ingresos policiales magros. O sea, no te subimos los sueldos pero tampoco nos interferimos con tus cajas de recaudación. ¿Por qué no suben los sueldos? Porque habría que sacar la plata de otras necesidades o aumentar impuestos y ninguna de las dos opciones resultaría simpática ante el elector. ¿Qué hacer pues? Que sea la misma ciudadanía la que paga el aumento, en forma directa, sin que medie el Estado. Algo así como la ley de la selva.

Otros proponen que, al igual que se hizo con los cartoneros, el Gobierno de la Ciudad formalice el trabajo y los incorpore a la vida social. Suena bien, es cierto. Ahora, ¿tiene sentido? Los recicladores urbanos (ex cartoneros) encontraron una actividad que beneficia al medio ambiente. ¿Qué beneficio social dan los cuidacoches? ¿Proteger a los automovilistas de ellos mismos? ¿O pretendemos que si alguien intenta robar un estéreo, sean los cuidacoches los custodios del bien de un ciudadano mientras el Estado mira a un costado?

Además, si se incorporan a los cuidacoches, ¿cuál es la próxima actividad para incorporar? ¿Personas cobrando peajes en las plazas para que no les pase nada a quienes van a pasear?

Los cuidacoches no generan hoy un valor social. Si se pretende formalizarlos, debería otorgárseles una labor que enriquezca la vida social y sus propias vidas. Por ejemplo, no es lo mismo cuidar un coche que limpiarlo. O ayudar a estacionar que garantizar la limpieza de una calle y sus sumideros. O sea, si se quiere incorporar nuevos trabajadores al Estado, aunque sea bajo un esquema mixto de financiamiento estatal y de vecinos o comercios interesados, que sea para agregarle valor a la ciudad, no para una actividad ficticia u ociosa en el mejor de los casos.

Está bueno pensar en los que menos tienen, pero está mejor pensar en forma integral. Los cuidacoches necesitan ingresos, es cierto, pero también necesitan la dignidad de realizar un trabajo real o, si reciben un plan, brindar contraprestaciones o capacitarse para poder hacerlo en el futuro.

Esta parece ser nuevamente una discusión berreta, ficticia, donde el interés último no es el ser humano sino satisfacer el propio ego ideológico, sintiéndose del lado de los buenos. Acá hay malos sí, pero son todos aquellos, de un lado y del otro, que piensan más en ventajas políticas que en el destino y dignidad de seres humanos que encontraron en una farsa de trabajo la manera de garantizar una subsistencia.