La semana pasada Carlos Menem retomó notoriedad pública y advirtió sobre sue nueva candidatura presidencial. Ayer habló Eduardo Duhalde ya como pre-candidato presidencial del Partido Justicialista. Hoy reasume Néstor Kirchner como presidente del PJ, lo que por muchos es visto como el paso previo a competir por la candidatura oficialista.
De todos los ex presidentes vivos (más allá de los tres restantes de aquella movida semana de diciembre 2001) el único que se mantiene en el ostracismo político, aunque con eventuales apariciones en encuentros radicales, es Fernando de la Rúa.
Tanta actividad política de personas que estuvieron en lo más alto del poder, ¿es positivo para una sociedad? Como tantas respuestas a fenómenos sociales, depende.
Un ex presidente es alguien que conoce por dentro el desgaste, las dificultades, las limitaciones y las presiones del poder. Desde ese punto de vista, puede realizar aportes muy valiosos sobre temas nacionales. Por supuesto que son comprensibles también aportes al partido de origen, pero principalmente deberían ser una voz de consulta sobre temas centrales al Estado y ser una referencia social para la reflexión colectiva sobre la política. El Senado no es un mal lugar para un ex-presidente. Ahora, ir al Congreso para garantizar impunidad (todo diputado o senador tiene fueros) o para construir poder para un proyecto individual, no es positivo.
¡Cuántos problemas nos hubiésemos ahorrado los argentinos si los ex se retirasen del día a día de la política! Hagamos el ejercicio de pensar en un Menem 1999 más generoso con el candidato de su partido. O un Duhalde que en el 2005 hubiese dejado surgir otras voces opositoras y no buscar erigirse en el regulador del kirchnerismo. O un Kirchner que en 2007 hubiese dejado el poder real en manos de su mujer (es comprensible que tenga una gran influencia, pero su exposición pública desde entonces no fue positiva para nadie, empezando para Cristina).
Tal vez una de las claves de la Argentina que viene sea más sabiduría y generosidad en los liderazgos que se van y dejar al pasado tranquilo los liderazgos que llegan. La Justicia y la Historia juzgarán a cada uno de ellos.
“Doña Flor y sus dos maridos” es una magistral novela de Jorge Amado. El bahiano nos cuenta allí la historia de una mujer que enviuda y tras casarse nuevamente con el formal y aburrido Teodoro, comienza a recibir la visita del fantasma de su primer marido, el carismático y desastroso Vadinho. Bella alegoría sobre cómo los fantasmas del pasado suelen entrometerse con el presente y dificultarnos la vida. Finalmente, tras mucho sufrir, Dona Flor parece encontrar el punto de equilibrio cuando se reconcilia con su pasado y aprende a disfrutar por igual de ambos, el marido presente y el fantasma del pasado.
Los dejo con un pequeño resumen de la versión cinematográfica del año 1976, uno de los mayores éxitos de público en el cine brasilero. La música es del gran Chico Buarque. Y el rubio que hace de Vadinho es el genial José Wilker.