1.3.10

Todas las voces todas



Una de las principales libertades civiles es la libertad de expresión. O para ser más concretos, la libertad de hablar, de comentar, de opinar sobre asuntos públicos.

Al ser los medios de comunicación masivos sus principales defensores, muchas veces la ciudadanía, cada vez más exigente y escéptica, duda o relativiza la importancia social del derecho a expresarse. Pero no deberíamos tener dudas de su trascendencia.

Uno de los tantos beneficios de poder expresarnos libremente es reducir el impacto y afinar el análisis de mensajes unidireccionales poderosos, como por ejemplo el de la presidenta Cristina Kirchner este mediodía.

Cuando uno escucha a Cristina, una mujer lúcida en sus exposiciones, recibe un discurso cerrado, unívoco y que nos describe convincentemente un estado de las cosas. Los estímulos recibidos previamente (conductas, otros discursos, proyectos, políticas públicas, cruces mediáticos, etc.) si bien son fundamentales a la hora de formar una opinión a veces quedan diluidos y pasan a un segundo plano. Ahí es cuando opera el maravilloso poder de las palabras: transformar realidades.

Ahora, en una sociedad donde existe libertad de expresión esos discursos poderosos tienen que enfrentarse, entrecruzarse y reforzarse con otros discursos, lo que les exige ser cada vez más y más preciso, honesto y lúcido. Y es ahí cuando la sociedad sale ganando.

Algo de eso pasó con el discurso de Cristina de hoy. Si ciudadanos con cierta información y sin intereses partidarios escucharon el discurso presidencial, tal vez hayan podido ir aceptando gran parte del mundo propuesto por el oficialismo. Lucía consistente, lógico y bien formulado. Sin embargo, cuando tras el discurso operó la libertad de expresión, las cosas hayan cambiado. Esos mismos ciudadanos oyeron otras voces que equilibraron la interpretación, agregando datos, proponiendo otros paradigmas y recordando situaciones pasadas.

Es así como la visión ciudadana sobre la realidad política se enriquece.